Buenos días --la voz de Maria Isabel era apenas un murmullo. Se había
parado frente al escritorio de la maestra porque no sabía a dónde ir. Antonio, la
había dejado frente a la puerta de la oficina y se había ido a la escuela intermedia,
que quedaba en la próxima cuadra. La secretaria le había dado a María Isabel un
papelito rosado y le había pedido a un niño que le indicara a María Isabel donde
quedaba el salón 17. Y ahora que estaba allí, ella no sabía qué hacer.
Los otros niños habían ido cada uno rápidamente a su escritorio. Algunos
sacaban libros o papeles. Otros, parecían esperar órdenes. Pero mientras tanto se
sonreían unos a otros. E incluso conversaban en voz baja.
María Isabel miró la pared detrás del escritorio de la maestra. Había un
enorme pavo hecho de papel de construcción de colores. En cada una de las plumas
de la cola tenía escrito un nombre. María Isabel empezó a leer: Jonathan, Eric,
Michelle, Salomon, Laurie, Freddie, Marta, Ricardo, María Sánchez.
La maestra no había levantado la vista. Estaba revisando un cuaderno
grande, en el que, se veía una lista de nombres. María Isabel empezó a oir las
risitas calladas detrás de ella. Sólo cuando aumentó el ruido, la maestra levantó la
vista y la miró.
¡Hola! le dijo en inglés a María Isabel. Sonreía, pero su sonrisa no logró
hacer que María Isabel se sintiera cómoda. -Así que tú eres..
-María Isabel Salazar López -respondió la niña. En español hubiera añadido
«para servirle", pero no sabía cómo decir eso en inglés. Así que no añadió nada y le
entregó el papelito rosado.
-Ah... María López- dijo la maestra. -En esta clase ya tenemos dos Marías...
Así que mejor te llamaremos Mary. Siéntate alli, al lado de Marta Pérez. Luego te
daré tus libros.
María Isabel se sentó calladamente donde le había indicado. La niña que la
maestra había llamado Marta Pérez levantó la vista del libro que tenía abierto y la
miró. Tenía el pelo corto y un cerquillo sobre la frente. María Isabel bajó los ojos.
Ninguna de las dos dijo nada.
Al poco rato la maestra le trajo un libro. Era grueso, con tapas verdes.
Estaba nuevo y en su cubierta brillante se veía saltar un delfin. María Isabel se
preguntó intrigada si sabría leerlo y de qué trataría. ¿Habría alguna historia sobre
delfines? Lo abrió interesada porque le encantaba el mar y siempre había soñado
con ver un delfin de verdad. En la parte de adentro estaba escrito Mary López.
María Isabel se quedó mirando las palabras. La letra de la maestra era
precisa y bonita. Parecía imposible que alguien escribiera con una letra tan
hermosa.….. casi parecía de imprenta.
Mientras miraba las letras parejas y perfectas de aquel nombre extraño,
Mary López, a María Isabel le vinieron a la memoria sus cuadernos del año
anterior. ¡Qué gusto le daba abrirlos y mirar la primera página! La letra de su
madre no era tan bonita como la de la maestra. Pero cuando se había sentado a la
mesa de la cocina para escribir en cada uno de los cuadernos Maria Isabel Salazar
López, le había dicho: - "María" por tu abuelita María, que no conociste, pero que
te hubiera querido mucho.
"Isabel" por tu abuelita Chabela, que tanto te quiere.
"Salazar" por tu papá, y claro tu abuelito Antonio. Y "López" por mí, y claro,
también por mi Papa, por tu abuelo Manuel. No te acuerdas de él, porque murió
cuando eras muy pequeña -y había suspirado, para luego añadir, sonriendo- pero te
hubiera gustado mucho. ¡Sabía contar unos cuentos!
María Isabel siempre se había sentido orgullosa de que le hubieran puesto el
nombre de sus dos abuelas. La abuela María no era sino so, un nombre. Porque
nunca la había conocido. Pero había visto la foto que su pap cuidaba con mucho
cariño. Cada vez que se habían mudado era lo último que empaquetaban, bien
envuelta, para que no fuera a dañarse el marco ni a romperse el cristal. Y luego,
era lo primero que colocaban en la pared de cada nuevo apartamento.
Y le gustaba llamarse como la abuelita Chabela, la abuelita risueña que vivía
en Puerto Rico y que olía a anís, a manzanilla, a canela, que cocinaba dulces tan
ricos que todos venían a probarlos y a comprarlos. Y que guardaba en una lata de
galletas vacía el producto de la venta de sus dulces: -Para que algún día puedas
estudiar, hijita. Y no te pases la vida en una cocina.
La abuelita Chabela que le había regalado la tela amarilla del vestido que se
había manchado esta mañana con la sangre de su rodilla rasmillada.
-Mary. Mary Lopez, Mary LOPEEEZ. La voz de la maestra habia ido
subiendo de tono. Pero parecía que lo que habia sacado a María Isabel de sus
recuerdos no era tanto esa voz que ahora casi parecía chillar, sino precisamente el
silencio que se había hecho en el aula.
-Te estoy hablando, Mary-. La maestra estaba de pie junto a ella. La miraba
con una mezcla de sorpresa e impaciencia. María Isabel se encogió en el asiento y
miró al delfin que saltaba en la cubierta del libro. ¿Cómo explicar que ella no se
reconocía en ese nombre ajeno?